miércoles, octubre 31, 2007

Fábula de una Hormiga Roja


Era temprano y el calor de verano se siente fuerte en las profundidades de la tierra. Por eso, y además porque teníamos hambre, Alaxccia y yo decidimos salir de la Colonia y treparnos a unas plantas a unos pocos metros de allí ¡No existe nada mas delicioso que la brisa fresca de la mañana mientras disfrutamos de un buen festín vegetal refrescando nuestros cuerpos con la pulpa del rocío que viste la vegetación!

Desde donde estábamos podía apreciarse la Colonia: inmensa, magnífica e inconmensurable. Pequeños puntos rojos se vislumbraban, pequeños camaradas madrugadores dispuestos a trabajar un día mas, uno mas entre tantos años de incansable trabajo de incansables generaciones para construir la colonia mas grande del mundo.«¡Que hermosura!» exclamó entre risas Alaxccia como si hubiese observado la Colonia por primera vez; y yo asentí, porque a pesar de venir a esta planta todas las mañanas su acotación no dejaba de ser cierta, y el entusiasmo en su voz no era otra cosa que el reflejo fiel de la satisfacción y el orgullo de quién logró algo importante con el sudor de cada jornada.

Nuestra conversación, que recordaba anécdotas de cuando éramos jovencitos en la Colonia, impidió que notáramos en seguida la vibración de la planta y el temblor de la tierra. Llegué a darme cuenta que algo andaba mal cuando la vibración se hizo mas fuerte, y Alaxccia calló al mismo tiempo que su rostro empalidecía: nunca nada semejante había alterado la paz que gobernaba en la Colonia. Debimos sujetarnos fuerte para no resbalar en la hoja húmeda, cuando el rostro rojo sol mojado y brillante de Alaxccia se transformó en un rojo sangre, duro y opaco bajo la sombra humana.

Un segundo se trasformó en minutos, y esos minutos se transformaron en horas. El «ay no» que balbuceó Alaxccia con pavor quedó suspendido en ese segundo infinito. Mi corazón dio un vuelco, mi respiración se cortó y quedé petrificado contemplando a esa figura negrísima por el contraste que daba al cubrir el sol, contorneando en un dibujo humano perfecto; y equilibrando su cuerpo sobre su pierna izquierda afirmada al costado de la Colonia, a la vez que su pierna derecha se impulsaba por detrás de él, bien atrás, para finalmente salir de ese segundo infinito y deslizar su pierna derecha con velocidad y violencia. Estupefactos, observamos luego como juntaba sus dos pies y saltaba bien alto para impactar con mas violencia sobre la Colonia, una y otra vez, la última terminando de derrumbar la Colonia por completo. Ahora el sol reflejaba su rostro; sus ojos verdes reptil brillaban con intimidación, sus cejas negras marcadas en V y su larga fila de dientes blancos se dejaban descubrir acompañada de una risa repugnante. La vibración de la tierra fue cesando a medida que sus pasos y su carcajada de bestia maldita se alejaban.

Ojalá tuviéramos poderes, o mejor ojalá yo tuviera poderes. Ojalá me concedieran un deseo, tan solo uno, para volver el tiempo atrás y extirpar ese segundo fatal de ese día de verano. Miles de amigos y colegas muertos, los sobrevivientes corrían con desesperación buscando un refugio que ya no hacía falta, otros miraban con desconcierto y desazón el hogar que tan solo un segundo atrás eran suyos, ahora reducido a meros escombros. La brisa se había apagado, y el sol ahora quemaba sobre nuestros rostros. «Ojalá fuéramos humanos», sorprendió Alaxccia. Aún no me animo a confirmarlo porque su rostro seguía mojado por el rocío matutino, pero guiándome por su voz temblorosa me parece que Alaxccia lloraba.

viernes, octubre 05, 2007

Posibilidades de la Abstracción


Trabajo desde hace años en la Unesco y otros organismos internacionales, pese a lo cual conservo algún sentido del humor y especialmente una notable capacidad de abstracción, es decir, que si no me gusta un tipo lo borro del mapa con sólo decidirlo, y mientras él habla y habla yo me paso a Melville y el pobre cree que lo estoy escuchando. De la misma manera, si me gusta una chica puedo abstraerle la ropa apenas entra en mi campo visual, y mientras me habla de lo fría que está la mañana yo me paso largos minutos admirándole el ombliguito. A veces es casi malsana esta facilidad que tengo.

El lunes pasado fueron las orejas. A la hora de entrada era extraordinario el número de orejas que se desplazaban en la galería de entrada. En mi oficina encontré seis orejas; en la cantina, a mediodía, había mas de quinientas, simétricamente ordenadas en dobles filas. Era divertido ver de cuando en cuando dos orejas que remontaban, salían de la fila y se alejaban. Parecían alas.

El martes elegí algo que creía menos frecuente: los relojes de pulsera. Me engañé, porque a la hora del almuerzo pude ver cerca de doscientos que sobrevolaban las mesas con un movimiento hacia atrás y adelante, que recordaba particularmente la acción de seccionar un biftec. El miércoles les preferí (con cierto embarazo) algo más fundamental, y elegí los botones. ¡Oh espectáculo! El aire de la galería lleno de cardúmenes de ojos opacos que se desplazaban horizontalmente, mientras a los lados de cada pequeño batallón horizontal se balanceaban pendularmente dos, tres o cuatro botones. En el ascensor la saturación era indescriptible: centenares de botones inmoviles, o moviéndose apenas, en un asombroso cubo cristalográfico. Recuerdo especialmente una ventana (era por la tarde) contra el cielo azul. Ocho botones rojos dibujaban una delicada vertical,y aquí y allá se movían suavemente unos pequeños discos nacarados y secretos. Esa mujer debía ser hermosa.

El miércoles era de ceniza, día en que los procesos digestivos me parecieron ilustración adecuada a la circunstancia, por lo cual a las nueve y media fui mohíno espectador de la llegada de centenares de bolsas llenas de una papilla grisácea, resultante de la mezcla de corn-flakes, café con leche y medialunas. En la cantina vi cómo una naranja se dividía en prolijos gajos, que en un momento dado perdían su forma y bajaban uno tras otro hasta formar a cierta altura un depósito blanquecino. En ese estado la naranja recorrió el pasillo, bajó cuatro pisos y luego de entrar en una oficina, fue a inmovilizarse en un punto situado entre los dos brazos de un sillón. Algo más lejos se veían en análogo reposo un cuarto de litro de té cargado. Como curioso paréntesis (mi facultad de abstracción suele ejercerse arbitrariamente) podía ver además una bocanada de humo que se entubaba verticalmente, se dividía en dos traslúcidas vejigas, subía otra vez por el tubo y luego de una graciosa voluta se dispersaba en barrocos resultados. Más tarde (yo estaba en otra oficina) encontré un pretexto para volver a visitar la naranja, el té y el humo. Pero el humo había desaparecido, y en vez de la naranja y el té había dos desagradables tubos retorcidos. Hasta la abstracción tiene su lado penoso; saludé a los tubos y me volví a mi despacho. Mi secretaria lloraba, leyendo el decreto por el cual me dejaban cesante. Para consolarme decidí abstraer sus lágrimas, y por un rato me deleité con esas diminutas fuentes cristalinas que nacían en el aire y se aplastaban en los biblioratos, el secante y el boletín oficial. La vida está llena de hermosuras así.

Julio Cortázar (Historia de Cronopios y de Famas)