martes, marzo 25, 2008

La Idiosincrasia de la Muerte



Qué hay con la muerte. Nacemos, crecemos, nos reproducimos y morimos. Esa es la ley de la vida, y sin embargo nos atormenta lo último prácticamente todos los días. Nada es tan importante como la muerte, porque bien sabemos que cuando llegue el día es el fin de todo, ¿pero que pasa con lo que queda?. Nos morimos, pero el mundo a pesar de todo sigue girando, y rotando.

Me retrotraigo a mis épocas de niño. Siete, tal vez ocho años de vida, difícil de percibir luego de tantos años. La familia se dirigió a la necrópolis del barrio porteño de Chacarita, para visitar a mis abuelos. Pero en realidad, visitar es una forma de decir, lo que en realidad se hace es comprar un ramo de flores con olor a muerto, porque esas flores perdieron su esencia de olor a flor para mutarse en olor a muerto, pedirle al señor de turno una escalera, escalarla y colocar las flores en ese anillo metálico. Ese gran panel de mármol, la chapita de metal tallada con el nombre completo, la fecha de nacimiento y la fecha de deceso. Y uno contempla el enorme panel de mármol, añorando lo que antes fue vida para convertirse en una sustancia descompuesta del otro lado. Silencio absoluto. Los difuntos siguen siendo cadáveres. En ese entonces se escuchaba los sonidos sordos como los que uno oye cuando la ciudad duerme, y me preguntaba si cabía la posibilidad que sean sonidos de ultratumba, sonidos de alguien que resucitó al mejor estilo Jesús de Nazaret, y que se desgarrara los dedos para escapar de su pequeña prisión. Pero algo cambió un día que, tal vez, me haya hecho crecer de golpe, o tal vez desde aquello empezó a manifestarse mi sentido común. Mientras mi mamá lloraba a sus padres y mi papá la consolaba, con mi hermano solíamos dispersarnos y divagar con los demás paneles de mármol. En uno habían colocado la foto de una niña, tal vez nueve o diez años, preciosa con su pelo castaño coquetamente peinado y su vestidito blanco, con el rosario en la mano, celebrando su comunión. Debajo habia un epitafio, en forma de papel: ¨Flopi, te amamos, cada día que pasa te extrañamos mas y estarás siempre en nuestro corazón. Mami y papi¨ Se me cerró el estómago, y tuve problemas para dormir durante un tiempo; me remordía la idea de aquella niña muerta, el sufrimiento de sus papis, de que pueda quedar yo del otro lado del panel de mármol, pero lo que mas me angustiaba era imaginarme a mis papás, visitando a su hijo menor a la necrópolis, con una lapicera que llora tinta negra para desahogarse en un epitafio irreal, superfluo, inalcanzable para mi, un muerto.

A pesar de esa experiencia, en los años posteriores siempre me jacté por no haber ido nunca a un velatorio, pero siempre tuve el cruel instinto que el primero me tocaría de cerca. Mauri fue embestido en un cruce por un camión cuando se dirigía con su moto a Gualeguaychú. En mi consternación aun se iluminaba un haz de esperanza de que todo sea un error, que no era Mauri, que se hayan confundido con otro. Miraba las fotos, sonriente, feliz como era él. Vivo. Pero mi esperanza fue una estrella fugaz. Vi a sus amigos. Sus primos. Su mamá, nunca me voy a olvidar de su mamá ese día. Su abuelita, muy mayor, sostenida entre tres por miedo al colapso. Él. Destapado. Su pómulo derecho y su labio superior hinchado por el accidente. En el cuarto solo se respiraba dolor, y muerte. Su epitafio en el pie del ataud: ¨Mauricio, te queremos, nunca vamos a olvidarte. Tus amigos¨. Su pariente o amigo, que se acerca y besa su frente, su fría frente pensé, el frío de la muerte. El olor de las flores. Las flores de la muerte.

Estuve en los dos polos. Casi gané la pulseada y casi la perdí. Temí mucho morir, y de grande le perdí el respeto. No me importaban los demás, casi podía agradecer a quien me pegara un tiro en el medio de los ojos sin contemplaciones. Hoy puedo decir que la balanza está equilibrada, no temo morir pero la respeto. Aunque conocí los dos opuestos, y aunque son sumamente contradictorios es lapidario el concepto que tienen en común: siempre, pero siempre, se vive con miedo.